La gestión del talento se basa en gestionar correctamente el factor humano. Las habilidades blandas, entre las que se encuentran la empatía, la humildad o la pasión, son imposibles de sustituir mediante la tecnología. Sin embargo, nos olvidamos de que la capacidad de las personas para relacionarse es la que posibilita los negocios más fructíferos.
En la actualidad, las hard skills o habilidades duras invaden la inmensa mayoría de ofertas laborales que pueden encontrarse hoy en día. Se exige conocimiento de técnicas, de programas, de metodologías de trabajo... Una infinidad de especificaciones en las que nadie puede especializarse. Y sin embargo, se dejan a un lado las habilidades blandas: la empatía, la capacidad de comunicación, la humildad...
Esto es un craso error, por el hecho de que las habilidades blandas son las que más posibilitan que un trabajador pueda adaptarse a la empresa y al entorno de trabajo. Es decir, que las habilidades blandas permiten al trabajador adquirir el conocimiento necesario para todas las habilidades duras que se exigen en la empresa. Pero, las habilidades duras nunca permitirán al empleado desarrollar sus habilidades blandas.
Con lo cual, cuando se contrata a un trabajador basándose exclusivamente en sus conocimientos técnicos, nos estamos arriesgando profundamente a que este trabajador no se adapte al entorno y a la compañía, lo que supondría una pérdida de la inversión hecha en este nuevo empleado. Por el contrario, si la inversión se hace en alguien con habilidades blandas desarrolladas, pero que carece de ciertos conocimientos técnicos, el riesgo es mucho menor, ya que está persona podrá adaptarse con facilidad a cualquier compañía y sus exigencias.
No hay tecnología que sustituya la confianza que se siente hacia alguien en el que crees. Esa confianza se establece con el tiempo, y nos hace seguir a esa persona y apoyar en su criterio. Tampoco son las máquinas como tal las que venden miles y miles de productos, e incrementan la riqueza de las naciones. Son las personas los que hacen que todo se mueva. Es más, las personas SON el movimiento. Nunca debemos ignorar el valor de nuestros semejantes.
La tecnología nos hace la vida más fácil, pero en ningún caso podrá ser un sustituto del mundo real. La mejor pantalla de televisión del mercado jamás podrá igualar la emoción que sentimos cuando vemos el mundo exterior a través de una ventana. Ese amigo que es capaz de hacernos reír con sus ocurrencias espontáneas siempre estará por encima del ordenador programado para contarnos chistes previamente calculados.
El motivo de todo esto es que las personas son insustituibles.
Aquel que posee un talento y es capaz de generar riqueza o empleo jamás podrá ser sustituido por una máquina. Emprender un negocio, planificar una estrategia de marketing, contactar con clientes, establecer sinergias, mantener una fructífera relación a lo largo del tiempo, adaptarse al mercado... son acciones que deben ser llevadas a cabo por personas de carne y hueso.
La intuición de alguien capaz de reconocer una audiencia y generar empleo no puede igualarse a través de una máquina. La capacidad de alguien de comunicar sus ideas de forma que los demás lo sigan no puede igualarse a través de una máquina. La empatía de alguien a la hora de entenderse con compañeros, directivos, mánagers o clientes, no puede igualarse a través de una máquina. En definitva, los núcleos, los verdaderos motores de nuestro mundo y nuestra sociedad, son imposibles de igualar a través de la tecnología.